...se lava las manos...

Sale por las mañanas, maletín en una mano, sombrerito en la cabeza, llaves de la casa y el carro en la otra mano. Se limpia con cuidado el pinta labios que su esposa le imprimió en una mejilla, responde "yo también te quiero" al "te quiero" que recibió justo antes de cerrar la puerta, y se va.

Regresa por las noches, no es necesario que utilice sus llaves para abrir la puerta, porque su esposa toda emocionada le espera en la puerta porque él toca la bocina cuando apaga el carro para avisarle que llegó. Se abrazan ligeramente, a pesar de que ya tienen más de veinte casados. El sombrerito cae al piso y ella lo recoge y lo cuelga en su lugar detrás de la puerta. Toma el maletín y lo pone en el escritorio.

Ella se sienta en la sala frente al televisor, a esperar que él se ponga cómodo.

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El entra a su cuarto, se quita el saco, la corbata, la camisa, entra al baño, se mira al espejo, sonríe, unas lágrimas caen, sonríe de nuevo, se lava las manos y el agua que cae de ellas ya no es incolora, se tiñe ligeramente de un color rojizo. La sangre debajo de sus uñas se va perdiendo por el drenaje. El sigue lavándolas y espera hasta que el agua que cae de ellas vuelva a ser transparente, no tiene de qué preocuparse, pues sabe que esa sangre no es suya. Se enjuaga el rostro, y luego toma una toalla para secarse.

Ya cambiado retorna al lado de su esposa, quien le pregunta cómo fue su día, a lo que él responde "un día como cualquier otro, con mucho trabajo, estoy cansado de bregar con gente". Ella lo mira apenada, y le dice que desea que mañana le vaya mejor. El le responde con una sonrisa, y le dice "gracias por preocuparte, seguramente sí me irá mejor". Ella se recuesta en su hombro, y ambos ven la TV.

En el televisor, dan un resumen de las noticias y avisan que la policía sigue sin pistas para identificar al asesino en serie que tiene varios meses atemorizando la ciudad.