December 8, 2008

Se apagó...

La luz roja se apagó, y debajo se encendió la verde. La bocina de los carros iniciaron su escandaloso concierto casi al mismo instante en que el cambio de luces se produjo. Pero nadie se preocupaba en averiguar por qué aquel vehículo seguía parado, simplemente sonaban las bocinas, bajaban los vidrios y acompañaban con gritos y maldiciones el bullicio del lugar. Los que le pasaban al lado ni se molestaban en verle, solo le seguían gritando, y en ocasiones con un dedo levantado le dejaban dicho lo que pensaban de él. Pero nadie se preocupaba por averiguar, simplemente daban reversa y buscaban salir de atrás antes de que la luz verde se apagara y se encendiera brevemente la amarilla, para darle paso a la roja una vez más. El ya no se daba cuenta ni de la luz roja, ni tampoco de la verde, y mucho menos de la amarilla; así como tampoco de los bocinazos, los gritos o las señas. Su cuerpo estaba ahí, pero él ya estaba en otro lugar, ya había llegado a donde iba a llegar. Su cabeza estaba recostada en el asiento, sus ojos estaban perdidos en el horizonte, hacía dos minutos, cuando aquella luz roja se apagó, su corazón también se le apagó. Pero pasaron algo más de diez minutos antes de que alguien lo notara, porque nadie se preocupaba por averiguar lo que le pasaba, a todos le importaba más vencer al semáforo para poder llegar.

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