February 5, 2010

Las flores del Señor Amable...

El Sr. Amable llega todos los días con una sonrisa dibujada en el rostro, llega saludando a todo aquel que le pase por delante, por los lados y hasta por detrás. Siempre simpático, en una mano un maletín, en la otra como todos los lunes un ramo de flores para darle color a su despacho y al de los demás. Quienes le rodean le han visto siempre contento, es la imagen encarnada del positivismo, en sus respuestas nunca hay un no, siempre dispuesto a ayudar a los demás, y cuando los conflictos y problemas surgen, se convierte en el paladín de la diplomacia y la mediación.

Pero cuando el Sr. Amable sale de allí, retira de su cabeza el sombrero de felicidad que tanto le pesa, y en cambio deja sobre sí el halo de amargura y odio con el cual ya se ha acostumbrado a vivir. Antes de llegar a su casa se dedica pasear por los lugares más oscuros y bajos de la ciudad, alimentando sus demonios con aquellas imágenes sombrías de miseria, delito y abandono. Deteniéndose siempre en alguna esquina, recogiendo alguna que otra desafortunada, invitándola a acompañarle con un papel verde en la mano como motivación.

Cuando llegan a la casa, se detienen esperando que la puerta del garaje cierre para poder salir del vehículo sin ser vistos. Ya dentro de la casa, ni encendiendo todas las luces logran cambiar el ambiente de penumbra que resalta el aroma a polvo y abandono que tiene aquel lugar. Pero a ellas no les molesta eso, pues el rostro en aquel billete que ya estaba muy bien guardado en un rincón de la diminuta cartera que portaba, era razón suficiente para soportar eso y muchas cosas más.

De la mano la llevó a lo que parecía ser su habitación, al cruzar la puerta un olor extraño les daba la bienvenida, como a humedad mezclado con oxido. En el fondo una cama desordenada y a su lado una diminuta mesa con una diminuta lámpara que con esfuerzo iluminaba el lugar; al costado una ventana y sus cortinas completamente cerradas. Al otro costado un armario abierto de par en par, lleno de ropa que definitivamente no eran de aquel hombre. Un traje de novia, vestidos de gala, abrigos con brillantes, zapatos de taco alto, botas con punta, eran algunas de las prendas que lograban verse desde ese ángulo. Parecía el guardarropas de algún teatro de broadway. Pero a ella tampoco le molestó eso, quizá porque estaba acostumbrada a todo tipo de locos, y hasta ese momento ese loco no estaba por encima de lo normal.

Sin decirle una sola palabra, ella caminó hasta la cama mientras él se quedó atrás. Se acercó a la cama y notó que las sábanas bastante arrugadas y desteñidas estaban manchadas con un líquido rojizo, casi marrón. En ese momento se le enfriaron los sentidos, al punto de darse cuenta que no solo las sábanas, también las paredes estaban salpicadas, el suelo y hasta el techo. Apretó su cartera, y antes de poder voltear a ver a su anfitrión, este ya estaba encima de ella, con las manos alrededor de su delgado cuello, estrangulándola con una furia tal como si aquella mujer fuera su enemiga a muerte, como si se tratara de una venganza.

Ella trató sin suerte de liberarse, pero cada segundo que pasaba era un segundo más sin fuerzas, la falta de aire le debilitaba, no podía escapar. A duras penas logró abrir su cartera aprovechando que una de las manos de su atacante ya no estaba sobre ella; y entre aquellos billetes estrujados logró hacerse de una pequeña pistola que llevaba consigo desde hacía ya tres meses, arma que había comprado casi obligada por las noticias de los diarios que día a día relataban los hallazgos de cuerpos sin vida de mujeres como ella que alquilaban su cuerpo por necesidad. Pero ya era tarde para eso, el frío metal de un cuchillo se insertaba por su costado, no tuvo tiempo a defenderse. El dolor de aquella herida le hizo soltar la cartera y su contenido. El segundo golpe fue suficiente para que ella cayera al suelo, y los que vendrían después serían suficientes para quitarle la vida.

Como las demás, acabaría siendo parte de aquel hermoso jardín del cual el Sr. Amable era felicitado y reconocido en su trabajo, pues de aquel jardín provenían las flores con las que cada semana llegaba a su oficina y repartía entre sus compañeros.
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Imagen: gracias a la web...

3 comments:

Erimarte said...

Hola como estas? tenia mucho que no pasaba por aquí, y paso para decirte que me encata mucho tu blog me parece bien interesante... tienes buenas historias y eso me gusta

Mayi said...

Que triste! :( pobre Sr Amable.

Ramielys Mejía said...

ay Santooooo!!!!! y q e etoooo mira vuelves a atarnos con tus historias.. esta si q no me la pierdo.